“Y, ciertamente, esta piadosa
Madre brilla sin mancha alguna en los sacramentos, con los que engendra y
alimenta a sus hijos; en la fe, que en todo tiempo conserva incontaminada; en
las santísimas leyes, con que a todos manda, y en los consejos evangélicos, con
que amonesta; y, finalmente, en los celestiales dones y carismas con los que,
inagotable en su fecundidad, da a luz incontables ejércitos de mártires,
vírgenes y confesores. Y no se le puede imputar a ella si algunos de sus
miembros yacen postrados, enfermos o heridos, en cuyo nombre pide ella a Dios
todos los días: Perdónanos nuestras deudas, y a cuyo cuidado espiritual se
aplica sin descanso con ánimo maternal y esforzado” (Papa Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, n. 66).
“Durante el transcurso de los
siglos, la Esposa mística de Cristo nunca ha sido contaminada, ni ella puede
ser contaminada en el futuro, como lo demuestra Cipriano: ‘La Novia de Cristo
no puede ser falsa para su Esposa: es incorrupta y modesta. Ella sabe, pero una
sola morada, que guarda la santidad de la cámara nupcial con castidad y
modéstia’” (Papa Pío XI, Encíclica Mortalium Animos, n. 10).