sábado, 18 de maio de 2019

425ª Nota - Dom Lefebvre e seus erros_3: consequências da negação da infalibilidade do Papa



En el siglo XV, como hemos visto, la Iglesia califica de “escandalosa y herética la proposición siguiente: “Ecclesiae urbis Romae errare potest”: la Iglesia de la ciudad de Roma puede errar.

¿Qué debe concluirse de la condenación de Pedro de Osma por Sixto IV? La Iglesia ha comprometido su infalibilidad (juicio ex cathedra del Pontífice Romano) para certificar esto: pretender que un Papa puede equivocarse es una herejía.

Uno de esos filósofos-cortesanos, Marsilio de Padua, también pretendía que el Papa era falible. Ahora bien, su tesis fue condenada también como herética. Condena que pende sobre los lefebvrianos.

Es sumamente perverso acudir a este D-1.839 para propagar la doctrina herética de unos “Papas” que puedan hablar como Doctores privados, es decir, contra cosas ya definidas. Porque la persona natural (Simón) que es el sujeto (subjectum) del Papado no sólo cae en herejía o apostasía si contraviene ese D-1.839 sino también, y con más razón, si de un modo constante o universal (¡nada de hereje solamente material!) contraviene con su enseñanza, sea el grado magisterial que se le quiera dar, a la verdad ya definida (porque alguien que se le reconoce como Papa legítimo, no puede hablar como doctor privado de Fe, Costumbres y Disciplinas ya definidas). Por tanto, el D-1.839 hay que comprenderlo en el contexto más amplio del D-1.819/20 y, sobre todo, del clarísimo D-1.836.

Por otra parte, una vez discriminado si nos las tenemos con un Papa o con un Usurpador de la Sede Apostólica, en el caso de reconocer a un Simón como Pedro, es necesario, bajo anatema, reconocer la autoridad, y no sólo la legitimidad, de dicho hombre reconocido como Papa. En tal caso, bajo anatema, nadie, puede arrogarse el derecho de discriminar, ni con la Tradición en la mano, los actos de magisterio, jurisdicción y gobierno particulares. Esto no es católico, y más se parece a las sectas acéfalas. El que sostiene que el Papa puede errar en la fe es hereje.

Las consecuencias de sostener esa doctrina herética de Mons. Lefebvre pueden ser varias. Sin ánimo de ser exhaustivos, veamos algunas: 1.ª) La más profunda herida causada a la Religión católica. Si creyésemos a Lefebvre, el católico no tendría ninguna certeza de que la Revelación del Hijo de Dios encarnado dada a sus apóstoles sea la misma que todos los papas hasta la muerte de Pío XII han transmitido. No tendríamos la seguridad de que esa Revelación no se haya corrompido en las batallas de miles de conflictos doctrinales durante la historia del cristianismo. Sí, sabríamos que Dios sumamente veraz se ha revelado por los medios que usa para manifestar su Revelación, especialmente los milagros, pero seríamos los más desgraciados de los hombres, porque no tendríamos ninguna certeza de lo que habría dicho con exactitud hace 2.000 años; lo cual sería sostener que la Revelación de Dios ha sido inútil. Podrá pensar alguien que tenemos las Sagradas Escrituras, a lo cual se puede responder: ¿Y quién las interpreta? ¿Lutero, Lefebvre, Zinglio, Döllinger, Pedro de Osma, Nestorio, o cada uno? Estaríamos en el libre examen de Lutero, y habría tantas congregaciones casi como personas, siendo la fragmentación la nota distintiva de que ninguna sería la iglesia Católica, que es Una. Por otra parte cuando fueron escritas las Sagradas Escrituras ya había perversión en la doctrina de algunos, como se lee en las Cartas de San Pablo, San Pedro, Santiago, San Juan y San Judas. La doctrina de Mons. Lefebvre es una muy grave enfermedad que deja sordo a aquel que necesita oír para saber la Revelación auténtica en cualquier época de la historia, después de que Cristo ascendió a los cielos. Niega, pues, los fundamentos lógicos para el conocimiento del mundo sobrenatural, arremetiendo contra la sana teología dogmática y fundamental católica. Es, pues, una herejía que es necesario extirpar; 2.ª) Enjaular en fraternidades o capillas y centros de misas de clerigus vagus, a las almas que habiendo recibido la buena semilla, “viene luego el diablo y se la saca del corazón para que no crean y se salven”. Porque, pregúntese cada cual cuándo dejó de creer aquello que de niño le enseñaron sus catequistas, a saber: que el Papa cuando habla como papa – que esto significa ex cathedra – es siempre infalible ¿No ocurrió ese cambio en su corazón al entrar en contacto con los lefebvristas? Pues, si así fuese, deduzca quién le sacó la buena semilla del corazón para que usted no crea y se salve; 3.ª) El escepticismo de muchos. Porque si los papas pudieran errar como dicen Pedro de Osma y los lefebvrianos con su fundador, algunos concluirían que tal vez no sólo estos seis últimos papas han errado, sino que probablemente haya habido muchos más en el transcurso de la historia, cuyas doctrinas falsas hayan podido ser transmitidas hasta el presente, teniendo razón, quizá, no ellos, sino los herejes condenados en su momento. Y que dada la imposibilidad de un revisionismo histórico de los miles de conflictos doctrinales habidos en el transcurso del tiempo, ya no podemos saber con certeza si el magisterio de Pío XII está en continuidad con la Revelación dejada por Cristo a sus discípulos. Ahora bien, el escepticismo no es otra cosa más que la desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo, lo cual es contrario a la fe, cuya certeza es superior a la ciencia. El peligro es grande, pues cuando no hay seguridad en la fe, o habiéndose destruido los fundamentos lógicos, se cae con facilidad en el fideísmo - condenado por la Iglesia - o el agnosticismo y quizá ateísmo, porque de la duda a la increencia hay un paso corto; 4.ª) El conciliarismo revivido, a saber, la superioridad del concilio sobre el papa - doctrina condenada - y aún peor, porque se trataría ahora con la doctrina de Lefebvre, ya no de la superioridad de un concilio, sino de la superioridad de una secta, una fraternidad, o de algunos iluminados sobre el Papa. Sería, pues, Monseñor Lefebvre a quien habría que preguntar cuál es el magisterio auténtico no sólo de los actuales usurpadores de la Sede de Pedro, sino del Papa san Liberio, o de Pío XI, ya que hemos visto que a él también le acusa. En fin, propone Lefebvre la vuelta a las doctrinas perversas condenadas ya por la Iglesia: galicanismo, husitismo, jansenismo, febronismo,  veterocatólicos, protestantismo, josefismo, centurarios de Magdeburgo, etc. Ahora bien, sabemos que el Vaticano I anatematiza a los que defienden que: “el primado de jurisdicción no fue dado de modo inmediato y directo a San Pedro, sino a la Iglesia, y por ella a él, como si él fuese constituido como ministro de la misma Iglesia” (D.S. 3.054-3.055). Pero también sabemos que Mons. Lefebrve se arroga en la práctica ese primado de jurisdicción al consagrar obispos contra la voluntad del antipapa Juan Pablo II - al que él reconoció como verdadero Vicario de Cristo en la tierra -, al constituir tribunales paralelos para la dispensa de votos religiosos, de impedimentos matrimoniales o declaración de nulidades matrimoniales, competencia exclusiva del Papa. Lefebvre actúa cual si fuera papa; 5.ª) La limitación de la infalibilidad del Papa al magisterio solemne. Lo que reduciría la infalibilidad de los papas a una quincena de veces en toda la Historia de la Iglesia. Algunos de los papas, nunca habrían tenido la oportunidad de ser infalibles porque jamás ejercieron su magisterio de forma solemne, según esta herética doctrina, que les viene muy bien a los conciliares, quienes podrían decir que, por ejemplo, ni Quo primum tempore, ni Syllabus ni la Pascendi son infalibles, ya que es un magisterio ordinario del Papa y no es solemne. ¡Para llorar!

De esta manera, la falsa doctrina de los lefebvrianos defiende a un hereje como “verdadero papa”, “válido” y la “unión” de los hombres “entre sí”, sin Dios, sin la subordinación jerárquica a Dios y al Vicario de Cristo. Es el “non serviam”.
(Extraído do blogue Católicos Alerta)

424ª Nota - Dom Lefebvre e seus erros_2: consequências da negação da infalibilidade do Papa



Monseñor Lefebvre niega, pues, la infalibilidad del Papa en sus decretos, y afirma que el Papa puede favorecer la ruina de la Iglesia, lo cual es una herejía condenada por la Iglesia.

En el siglo XV, la Iglesia califica de escandalosa y herética la proposición siguiente: “Ecclesiae urbis Romae errare potest”: la Iglesia de la ciudad de Roma puede errar. Esta proposición, extraída de las obras de un doctor español llamado Pedro de Osma, fue censurada el 15 de diciembre de 1476 por el vicario capitular de Zaragoza, y el 24 de mayo de 1478 por una comisión de teólogos presidida por el arzobispo de Toledo. El Papa Sixto IV confirma su sentencia por una definición ex cathedra“Nos, declaramos que las proposiciones precitadas son falsas, contrarias a la santa fe católica, erróneas, escandalosas, totalmente extrañas a la verdad de la fe, contrarias a los decretos de los santos padres y a las constituciones apostólicas y que ellas contienen una herejía manifiesta” (Sixto IV: Constitución Apostólica bajo la forma de bula Licet ea del 9 agosto de 1478).

Luego la doctrina de Monseñor Lefebvre contiene una herejía manifiesta, según el Papa Sixto IV. ¿Erró Sisto IV o Lefebrve? Para los lefebrvianos erró el Papa. Sin embargo, todo el que con Lefebvre sostiene esa doctrina contraria a la santa fe católica de forma pertinaz cae en herejía y sale fuera de la Iglesia. Y esa herejía ataca directamente la raíz de la Revelación y cual malévola savia es absorbida por las almas atrapadas en ese árbol malo que da malos frutos: el lefebvrismo.

Monseñor Lefebvre pone su obediencia “en la medida” en que él juzga los actos y enseñanzas del “juez supremo de los fieles”. Presenta un falso dilema: no acepta la vacancia porque el papa es sólo “malo”; ni acepta la obediencia al régimen de la Iglesia porque éste puede ser nocivo y peligroso. En ambos casos muestra su insumisión a las doctrinas católicas.

La “solución” lefevbrista es “compatibilizar” la asistencia divina al papa con la herejía pública y hasta con la apostasía en el papa. Es herético en grado extremo.

El anatema caído sobre Pedro de Osma recae sobre Mons. Lefebvre y sobre todos aquellos que defienden que el Papa puede errar. Por lo tanto, la doctrina de Mons. Lefebvre no es la doctrina de la Iglesia, a pesar de las apariencias de tradición en las ceremonias, sino de una secta, porque no conservó la fe católica sobre la constitución divina de la Iglesia. Comparar a Mons. Lefebvre con San Atanasio no deja de ser un insulto contra los santos, especialmente contra este gran doctor de la Iglesia.
(Extraído do blogue Católicos Alertas)

423ª Nota - Dom Lefebvre e seus erros_1: consequências da negação da infalibilidade do Papa



Vuelve a negar la infalibilidad de aquel que reconoce como papa, el cual, según él mismo dice,  puede arruinar a la Iglesia, lo que supone afirmar que la oración de Cristo por Pedro – Yo he rogado para que tu fe no desfallezca– no ha sido escuchada. ¡Si esto no es una blasfemia, qué lo será! Pero sigamos, y dejemos hablar a este neo galicano: “Unos dicen: los actos de Roma son tan malos que el papa no puede ser papa legítimo; es un intruso. Por lo tanto, no hay papa. Otros afirman: el papa no puede firmar decretos destructores de la fe; por lo tanto, estos actos son aceptables, se les debe sumisión. La Fraternidad no acepta ni una ni otra de estas dos soluciones. Apoyada en la historia de la Iglesia y en la doctrina de los teólogos ella piensa que el papa puede favorecer la ruina de la Iglesia escogiendo y dejando obrar a malos colaboradores, firmando decretos que no comprometen su infalibilidad pero que causan un daño considerable a la Iglesia (…)”.

Pero, para Mos. Lefebvre, no sólo caen para él en el error los papas conciliares, a los cuales él reconoce como verdaderos sumos pontífices, sino también Pío XI, lo cual es el colmo: …desgraciadamente, (Pío XI) era débil, muy débil, en la práctica de su gobierno, y más bien inclinado a aliarse algún tanto con este mundo. Destituyó no solamente al Padre Le Floch,...”

¿Quién era el P. Le Floch? Por su seguimiento a Maurras y por su apoyo a la Action Française, el espiritano Henri Le Floch, rector del Seminario Pontificio Francés, fue forzado a dimitir ante el Papa Pío XI. Recordemos que Action Française se presentaba como un grupo de “tradicionalistas, católicos y antimasones” que querían sujetar a la Iglesia al interés nacional, a los dictados del estado francés, pero rechazando la misión sobrenatural de la Iglesia y supeditándola a una “útil costumbre cultural del pueblo francés”. Su líder era un agnóstico declarado: Charles Maurras, quien diariamente fustigaba a la jerarquía eclesiástica francesa por su obediencia al Papado y que promovía un “conservadurismo positivista”, enemigo de la jerarquía y del Papado. Con el tiempo, fue influida e infiltrada por la Sinagoga judía para controlar la creciente corriente antimasónica francesa. Se enfrentó a la Iglesia en Francia, debido a que se desmontó y desenmascaró su contradictoria ideología. Los maurranianos eran herederos del movimiento “tradicionalista” iniciado décadas antes por un cardenal de Praga: Jacobo Shwarzenberg Arenberg, enemigo del Primado petrino y líder de los obispos contrarios a la infalibilidad papal en el Vaticano Primero.
(Extraído do blogue Católicos Alerta)

422ª Nota - Ai dos que elogiam ou não anatematizam os hereges



Sobrevenido el fruto podrido en la iglesia conciliar hasta el extremo de que su actual jefe es, en sí mismo, la evidencia más palpable de que esa secta no es la Iglesia católica, algunos han abandonado la fraternidad porque ya les resulta imposible seguir sosteniendo la falsa doctrina de su fundador. Bienvenidos, pues, al sedevacantismo contra el que tantas veces lucharon, y cuyo mismo nombre aún desprecian. Pero, no obstante, parece que el lefebvrismo imprime carácter en sus corazones, pues, a pesar de no reconocer como verdaderos papas a los últimos seis usurpadores, no desperdician cualquier oportunidad de elogiar a Mons. Lefebvre cual si fuera un nuevo San Atanasio, y aún no quieren reconocer que el halagado por ellos fue el renovador de una herejía antigua cuyas consecuencia hemos visto, y cuyos argumentos son irrefutables.

Mas han de saber estos aduladores de Lefebvre, sean clérigos vagos, seglares o miembros aún de la fundación que el Obispo hizo al final de su vida, que sobre ellos cae el anatema del I Concilio de Constantinopla, que si anatemiza a todos aquellos que no condenan a los herejes, ¿qué no diría si además los elogian agradecidos? He aquí el canon que recae sobre ellos, lo cual, según el CIC de 1917, hace que confeccionen los sacramentos ilícitamente, y alguno, inválidamente: “Si alguno no anatematiza a Arrio, Eunomio, Macedonio…, juntamente con sus impíos escritos, y a todos los demás herejes, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica…, y a los que han pensado y piensan como los antedichos herejes y que permanecieron hasta el fin en su impiedad, ese tal sea anatema”. Así sentencia el Canon 11 del I Concilio de Constantinopla (D. 223) – Cuestión de “lapsus”.

La doctrina de Mons. Lefebrve es, pues, herética, además de cismática; deja a los fieles en la incertidumbre más absoluta sobre la posibilidad de conocer lo que Dios mismo reveló en su Hijo Jesucristo, y constituye, por tanto, un ataque a la raíz misma de la Constitución divina de la Iglesia y a la misma Revelación en que se apoya el edificio de nuestra Religión.

Pues, si lo que exponemos sobre la infalibilidad cotidiana del Papa, que Lefebvre niega, “pudiera de alguna manera ser falso, se seguiría, lo que es evidentemente absurdo, que Dios mismo sería el autor del error de los hombres” (León XIII: Encíclica Satis cognitum, 29 junio de 1896). Lefebvre, dice, pues, según las palabras del Papa León XIII, que Dios sería el causante del error, lo cual sería una blasfemia, además.

Hubo sí, un arzobispo católico, pero no fue Lefebrve, sino Mons. Ngo Dinh Thuc Pierre Martin que hizo lo que debía haber hecho el episcopado católico, y no hizo: declarar que quien estaba sentado sobre la Sede de Pedro, no era Pedro, porque erraba y pronunciaba herejías, sino un usurpador, y que, por ende, la Sede de Pedro estaba vacante. No queremos dar culto de latría ni de dulía a Mons. Thuc, no somos thucistas, sino católicos, pero sí afirmamos que fue el único obispo que mantuvo, al menos durante un tiempo, la verdadera doctrina católica, por lo cual al estar la Sede vacante y en riesgo la sucesión apostólica en la Iglesia Católica de Rito Latino, consagró válida y lícitamente a varios obispos. Más no por eso le subimos a una peana y le sacamos en procesión, y ni siquiera lo elogiamos. Ese arzobispo fue Monseñor Thuc, Titular de Bulla Regia, entre 1968-1984, al cual infaman, calumnian y odian  muchos defensores de la herejía sostenida por Mons. Lefebvre. Éste, amparándose en la defensa del rito tradicional de la Misa católica, atacó los fundamentos mismos de la demostración de la racionabilidad de la Fe y la Revelación tras la muerte del último de los apóstoles, para cual no dudo en intentar negar la misma certidumbre de la Revelación. Ay, ay, aduladores, no, no somos thucistas, sino sólo católicos ¿y ustedes? Aparentan ser católicos, pero no, en realidad son lefebvrianos.
(Extraído do blogue Católicos Alerta)

421ª Nota - Santo Roberto Belarmino sobre a negação de São Pedro



Cuando San Pedro negó a Cristo, aún no había comenzado a ser el Sumo Pontífice, porque es cierto que Cristo le entregó el gobierno eclesiástico en el último capítulo de Juan, ya que el Señor le dijo después de la resurrección: “Simón, hijo de Juan, apacienta a mis ovejas”. Por lo tanto, esa negación de Pedro no puede ser contada entre los errores de los romanos pontífices. Además, agrego que Pedro negó a Cristo con palabras, pero no verdaderamente en su corazón: por lo tanto, Pedro no rechazó la confesión de fe, ni la fe misma, como mostramos anteriormente (St. Robert Bellarmine, Sobre el Romano Pontífice, volumen 2, traducción de Ryan Grant [Mediatrix Press, 2016], Libro IV, Capítulo 8, pág. 175).

El Concilio Vaticano I enseñó lo mismo: “Y solo en Simón Pedro, Jesús, después de su resurrección, confirió la jurisdicción del más alto pastor y rector a todo su redil, diciendo: ‘Apacienta a mis corderos’, ‘Apacienta a mis ovejas’ [Jn 21: 15ff. ]” (Pastor Aeternus, Capítulo 1; Denz. 1.822).

Como explicó el Concilio Vaticano I, “el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro no para que pudieran, por Su revelación, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, con Su ayuda, pudieran custodiar religiosamente y exponer fielmente la revelación”. “O depósito de la Fe transmitida por los apostoles” (Constitución Pastor Aeternus, Capítulo 4). El poder del soberano pontífice está así regulado por la Revelación, y las palabras que San Pablo se aplicó a sí mismo también pueden aplicarse a él: “Pero aunque nosotros, o un ángel del cielo, predicáramos  un evangelio diferente del que hemos predicado a ti, sea anatema” (Gál. 1, 8).

En este párrafo vemos a los lefebvristas perpetuar y propagar un grave error dobre el significado de este pasaje del Capítulo 4 de la  Pastor Aeternus. Una y otra vez, ellos y aquéllos que repiten su argumentación afirman que este pasaje regula o condiciona el Magisterio del Papa de manera normativa. En otras palabras, están diciendo que el concilio enseña que el Papa no debe enseñar nada en desacuerdo con la Revelación Divina, pero que, sin embargo, puede muy bien de hacerlo.

La verdad es, como hemos señalado anteriormente en este sitio web, que el Vaticano I está enseñando que el Papa no puede hacerlo, precisamente porque no se le dio el Espíritu Santo por la difusión de la herejía sino por la difusión de la verdad revelada  por Dios. En otras palabras, el pasaje en cuestión no es normativo sino descriptivo. El contexto dado en el Capítulo 4 de la Pastor Aeternus establece las prerrogativas y la singularidad del Papado, protegido por el Espíritu Santo. ¿Qué clase de protección divina proporcionaría el Espíritu Santo si el Papa meramente “no deba” inventar nuevas doctrinas pero, sin embargo, es muy capaz de hacerlo? ¿No sería eso también cierto para el empleado de su tienda de comestibles local y el malhumorado conductor de autobús en su viaje matutino? ¿Significa que “no debe” inventar un nuevo evangelio, pero es capaz de hacer precisamente eso?

Es evidente, por lo tanto, que el Vaticano I enseña, no que el Papa no debe enseñar nueva (o falsa) doctrina, sino que en realidad no lo va ha hacer [por Ia protecciōn divina]. Ese es el significado de la asistencia especial del Espíritu Santo al Papa. Por lo tanto, podemos decir que la doctrina del concilio acerca de la asistencia del Espíritu Santo al Papa es descriptiva: describe una verdad sobre el Papado, y no meramente normativa, o sea que establece una norma que se espera que el Papa siga. El Espíritu Santo actúa a priori: antes de que el Papa haga algo, le  impide enseñar o legislar errores graves como la herejía, no a posteriori, con ayuda de la SSPX (o de cualquier otra persona) que corrija su magisterio después de hecho.

[Es] dar prueba de una sumisión que dista mucho de ser sincera, establecer algún tipo de oposición entre un pontífice y otro. Aquéllos que, frente a dos directivas diferentes, rechazan la presente para aferrarse al pasado, no están dando prueba de obediencia a la autoridad que tiene el derecho y el deber de guiarlos; y de alguna manera se asemejan a quienes, al recibir una condena, desearían apelar a un Concilio futuro, o a un Papa que esté mejor informado (Papa León XIII, Carta Apostólica Epistola Tua).

En pocas palabras, la verdad sobre el canon vicentino es la siguiente: San Vicente propuso su regla de adherirse a lo que siempre se ha creído y en todas partes sólo como un criterio para los casos que la Iglesia aún no había resuelto a través de su Magisterio. Por lo tanto, el Canon de San Vicente nunca puede ser usado contra el Magisterio.

Los llamados herejes viejos católicos que rechazaron el dogma de la infalibilidad papal en 1870 lo hicieron utilizando la misma falsa argumentación sobre el canon vicentino que la SSPX está usando hoy.
(Extraído do blogue Católicos Alerta)