En el siglo XV, como hemos visto,
la Iglesia califica de “escandalosa y herética” la proposición
siguiente: “Ecclesiae urbis Romae errare potest”: la Iglesia de la ciudad
de Roma puede errar.
¿Qué debe concluirse de la
condenación de Pedro de Osma por Sixto IV? La Iglesia ha comprometido su
infalibilidad (juicio ex cathedra del Pontífice Romano) para
certificar esto: pretender que un Papa puede equivocarse es una herejía.
Uno de esos filósofos-cortesanos,
Marsilio de Padua, también pretendía que el Papa era falible. Ahora
bien, su tesis fue condenada también como herética. Condena que pende
sobre los lefebvrianos.
Es sumamente perverso
acudir a este D-1.839 para propagar la doctrina herética de unos “Papas” que
puedan hablar como Doctores privados, es decir, contra cosas ya definidas.
Porque la persona natural (Simón) que es el sujeto (subjectum) del
Papado no sólo cae en herejía o apostasía si contraviene ese D-1.839 sino
también, y con más razón, si de un modo constante o universal (¡nada de hereje
solamente material!) contraviene con su enseñanza, sea el grado magisterial que
se le quiera dar, a la verdad ya definida (porque alguien que se le reconoce
como Papa legítimo, no puede hablar como doctor privado de Fe, Costumbres y
Disciplinas ya definidas). Por tanto, el D-1.839 hay que comprenderlo
en el contexto más amplio del D-1.819/20 y, sobre todo, del clarísimo D-1.836.
Por otra parte, una
vez discriminado si nos las tenemos con un Papa o con un Usurpador de la Sede
Apostólica, en el caso de reconocer a un Simón como Pedro, es
necesario, bajo anatema, reconocer la autoridad, y no sólo la legitimidad,
de dicho hombre reconocido como Papa. En tal caso, bajo anatema, nadie,
puede arrogarse el derecho de discriminar, ni con la Tradición en la
mano, los actos de magisterio, jurisdicción y gobierno
particulares. Esto no es católico, y más se parece a las sectas acéfalas. El que sostiene que el Papa puede
errar en la fe es hereje.
Las consecuencias de sostener esa
doctrina herética de Mons. Lefebvre pueden ser varias. Sin ánimo de ser
exhaustivos, veamos algunas: 1.ª) La más profunda herida
causada a la Religión católica. Si creyésemos a Lefebvre, el católico no
tendría ninguna certeza de que la Revelación del Hijo de Dios encarnado dada a
sus apóstoles sea la misma que todos los papas hasta la muerte de Pío XII han
transmitido. No tendríamos la seguridad de que esa Revelación no se haya
corrompido en las batallas de miles de conflictos doctrinales durante la
historia del cristianismo. Sí, sabríamos que Dios sumamente veraz se ha
revelado por los medios que usa para manifestar su Revelación, especialmente
los milagros, pero seríamos los más desgraciados de los hombres, porque no
tendríamos ninguna certeza de lo que habría dicho con exactitud hace 2.000
años; lo cual sería sostener que la Revelación de Dios ha sido inútil. Podrá
pensar alguien que tenemos las Sagradas Escrituras, a lo cual se puede
responder: ¿Y quién las interpreta? ¿Lutero, Lefebvre, Zinglio, Döllinger,
Pedro de Osma, Nestorio, o cada uno? Estaríamos en el libre examen de Lutero, y
habría tantas congregaciones casi como personas, siendo la fragmentación la nota
distintiva de que ninguna sería la iglesia Católica, que es Una. Por otra parte
cuando fueron escritas las Sagradas Escrituras ya había perversión en la
doctrina de algunos, como se lee en las Cartas de San Pablo, San Pedro,
Santiago, San Juan y San Judas. La doctrina de Mons. Lefebvre es una muy grave
enfermedad que deja sordo a aquel que necesita oír para saber la Revelación
auténtica en cualquier época de la historia, después de que Cristo ascendió a
los cielos. Niega, pues, los fundamentos lógicos para el conocimiento del mundo
sobrenatural, arremetiendo contra la sana teología dogmática y fundamental
católica. Es, pues, una herejía que es necesario extirpar; 2.ª) Enjaular en fraternidades
o capillas y centros de misas de clerigus vagus, a las almas que habiendo
recibido la buena semilla, “viene luego el diablo y se la saca del corazón para
que no crean y se salven”. Porque, pregúntese cada cual cuándo dejó de
creer aquello que de niño le enseñaron sus catequistas, a saber: que el Papa
cuando habla como papa – que esto significa ex cathedra – es siempre
infalible ¿No ocurrió ese cambio en su corazón al entrar en contacto con
los lefebvristas? Pues, si así fuese, deduzca quién le sacó la buena semilla del
corazón para que usted no crea y se salve; 3.ª) El escepticismo de
muchos. Porque si los papas pudieran errar como dicen Pedro de Osma y
los lefebvrianos con su fundador, algunos concluirían que tal vez no
sólo estos seis últimos papas han errado, sino que probablemente haya habido
muchos más en el transcurso de la historia, cuyas doctrinas falsas hayan podido
ser transmitidas hasta el presente, teniendo razón, quizá, no ellos, sino los
herejes condenados en su momento. Y que dada la imposibilidad de un
revisionismo histórico de los miles de conflictos doctrinales habidos en el
transcurso del tiempo, ya no podemos saber con certeza si el magisterio de Pío
XII está en continuidad con la Revelación dejada por Cristo a sus discípulos.
Ahora bien, el escepticismo no es otra cosa más que la
desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo,
lo cual es contrario a la fe, cuya certeza es superior a la ciencia. El peligro
es grande, pues cuando no hay seguridad en la fe, o habiéndose destruido los
fundamentos lógicos, se cae con facilidad en el fideísmo - condenado por la Iglesia -
o el agnosticismo y quizá ateísmo, porque de la duda a la increencia hay un
paso corto; 4.ª) El conciliarismo
revivido, a saber, la superioridad del concilio sobre el papa - doctrina
condenada - y aún peor, porque se trataría ahora con la doctrina de Lefebvre, ya
no de la superioridad de un concilio, sino de la superioridad de una secta, una
fraternidad, o de algunos iluminados sobre el Papa. Sería, pues, Monseñor
Lefebvre a quien habría que preguntar cuál es el magisterio auténtico no sólo
de los actuales usurpadores de la Sede de Pedro, sino del Papa san Liberio, o
de Pío XI, ya que hemos visto que a él también le acusa. En fin, propone
Lefebvre la vuelta a las doctrinas perversas condenadas ya por la Iglesia: galicanismo, husitismo, jansenismo, febronismo, veterocatólicos,
protestantismo, josefismo, centurarios de Magdeburgo, etc. Ahora bien, sabemos
que el Vaticano I anatematiza a los que defienden que: “el primado de
jurisdicción no fue dado de modo inmediato y directo a San Pedro, sino a la
Iglesia, y por ella a él, como si él fuese constituido como ministro de la
misma Iglesia” (D.S. 3.054-3.055). Pero también sabemos que Mons. Lefebrve se
arroga en la práctica ese primado de jurisdicción al consagrar obispos contra
la voluntad del antipapa Juan Pablo II - al que él reconoció como verdadero
Vicario de Cristo en la tierra -, al constituir tribunales paralelos para la
dispensa de votos religiosos, de impedimentos matrimoniales o declaración de
nulidades matrimoniales, competencia exclusiva del Papa. Lefebvre actúa cual si
fuera papa; 5.ª) La limitación de la
infalibilidad del Papa al magisterio solemne. Lo que reduciría la infalibilidad
de los papas a una quincena de veces en toda la Historia de la Iglesia. Algunos
de los papas, nunca habrían tenido la oportunidad de ser infalibles porque
jamás ejercieron su magisterio de forma solemne, según esta herética doctrina,
que les viene muy bien a los conciliares, quienes podrían decir que, por
ejemplo, ni Quo primum tempore, ni Syllabus ni
la Pascendi son infalibles, ya que es un magisterio ordinario del
Papa y no es solemne. ¡Para llorar!
De esta manera, la falsa doctrina
de los lefebvrianos defiende a un hereje como “verdadero papa”,
“válido” y la “unión” de los hombres “entre sí”, sin
Dios, sin la subordinación jerárquica a Dios y al Vicario de Cristo. Es
el “non serviam”.
(Extraído do blogue Católicos Alerta)