Retengamos bien esto: El concilio
Vaticano I no dice de ninguna manera que el Papa sería solamente infalible en
sus definiciones solemnes. ¿Por qué? Simplemente porque el Papa es también
infalible en su enseñanza de todos los días. Esto surge netamente de una
puntualización de Monseñor D’Avanzo, el relator de la Diputación de la fe de
Vaticano I: “La Iglesia es Infalible en su Magisterio ordinario, que
es ejercido cotidianamente principalmente por el Papa, y por los obispos unidos
a él, que por esta razón son, como él, infalibles de la infalibilidad de la
Iglesia, que es asistida por el Espíritu Santo todos los días”.
Visto que ciertos teólogos y
clérigos lefebvristas pseudocatólicos niegan la infalibilidad del
Magisterio ordinario pontificio o la rebajan ignominiosamente, Pío XII reafirma
netamente la infalibilidad permanente de los Pontífices: No puede
afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de por sí nuestro
asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema
majestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario,
para las cuales valen también aquellas palabras: El que a vosotros oye, a mí me
oye; y la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las
Encíclicas pertenece ya por otras razones al patrimonio de la doctrina
católica. Y si los Sumos Pontífices, en sus constituciones, de propósito
pronuncian una sentencia en materia hasta aquí disputada, es evidente que,
según la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esa cuestión ya no se
puede tener como de libre discusión entre los teólogos (Encíclica Humani
generis, 12 agosto de 1950).
Pío XII se yergue aquí contra las
personas que bajo pretexto de que el Papa no enseñaría solemnemente, creen que
tales escritos pueden contener opiniones contestables. Luego, las
encíclicas y otros actos corrientes del “Magisterio ordinario”, dice Pío XII,
son la voz de Cristo. Y como Cristo no miente jamás, estos textos son por la
fuerza de las cosas siempre infalibles. La infalibilidad es luego permanente,
de ninguna manera limitada a las definiciones solemnes puntuales.
Y el mismo Papa decía en otra
ocasión: “Cuando se hace oír la voz del Magisterio de la
Iglesia, tanto ordinario como extraordinario, recibidla con un
oído atento y con un espíritu dócil” (Pío XII a los miembros del Angélico,
enero 14 de 1958).
(Extraído do blogue Católicos Alerta)