Sobrevenido el fruto podrido en
la iglesia conciliar hasta el extremo de que su actual jefe es, en sí mismo, la
evidencia más palpable de que esa secta no es la Iglesia católica, algunos han
abandonado la fraternidad porque ya les resulta imposible seguir sosteniendo la
falsa doctrina de su fundador. Bienvenidos, pues, al sedevacantismo contra el
que tantas veces lucharon, y cuyo mismo nombre aún desprecian. Pero, no
obstante, parece que el lefebvrismo imprime carácter en sus
corazones, pues, a pesar de no reconocer como verdaderos papas a los últimos
seis usurpadores, no desperdician cualquier oportunidad de elogiar a Mons.
Lefebvre cual si fuera un nuevo San Atanasio, y aún no quieren reconocer que el
halagado por ellos fue el renovador de una herejía antigua cuyas consecuencia
hemos visto, y cuyos argumentos son irrefutables.
Mas han de saber estos aduladores
de Lefebvre, sean clérigos vagos, seglares o miembros aún de la fundación que
el Obispo hizo al final de su vida, que sobre ellos cae el anatema del I
Concilio de Constantinopla, que si anatemiza a todos aquellos que no condenan a
los herejes, ¿qué no diría si además los elogian agradecidos? He aquí el canon
que recae sobre ellos, lo cual, según el CIC de 1917, hace que confeccionen los
sacramentos ilícitamente, y alguno, inválidamente: “Si alguno no anatematiza a
Arrio, Eunomio, Macedonio…, juntamente con sus impíos escritos, y a todos
los demás herejes, condenados por la santa Iglesia Católica y Apostólica…, y a
los que han pensado y piensan como los antedichos herejes y que permanecieron
hasta el fin en su impiedad, ese tal sea anatema”. Así sentencia el Canon
11 del I Concilio de Constantinopla (D. 223) – Cuestión de “lapsus”.
La doctrina de Mons. Lefebrve es,
pues, herética, además de cismática; deja a los fieles en la incertidumbre más
absoluta sobre la posibilidad de conocer lo que Dios mismo reveló en su Hijo
Jesucristo, y constituye, por tanto, un ataque a la raíz misma de la
Constitución divina de la Iglesia y a la misma Revelación en que se apoya el
edificio de nuestra Religión.
Pues, si lo que exponemos sobre
la infalibilidad cotidiana del Papa, que Lefebvre niega, “pudiera de
alguna manera ser falso, se seguiría, lo que es evidentemente absurdo, que Dios
mismo sería el autor del error de los hombres” (León XIII: Encíclica Satis
cognitum, 29 junio de 1896). Lefebvre, dice, pues, según las palabras del
Papa León XIII, que Dios sería el causante del error, lo cual sería una
blasfemia, además.
Hubo sí, un arzobispo católico,
pero no fue Lefebrve, sino Mons. Ngo Dinh Thuc Pierre Martin que hizo
lo que debía haber hecho el episcopado católico, y no hizo: declarar que
quien estaba sentado sobre la Sede de Pedro, no era Pedro, porque erraba y
pronunciaba herejías, sino un usurpador, y que, por ende, la Sede de Pedro
estaba vacante. No queremos dar culto de latría ni de dulía a Mons. Thuc, no
somos thucistas, sino católicos, pero sí afirmamos que fue el único obispo que
mantuvo, al menos durante un tiempo, la verdadera doctrina católica, por lo
cual al estar la Sede vacante y en riesgo la sucesión apostólica en la Iglesia
Católica de Rito Latino, consagró válida y lícitamente a varios obispos. Más no
por eso le subimos a una peana y le sacamos en procesión, y ni siquiera lo
elogiamos. Ese arzobispo fue Monseñor Thuc, Titular de Bulla Regia, entre
1968-1984, al cual infaman, calumnian y odian muchos defensores de la
herejía sostenida por Mons. Lefebvre. Éste, amparándose en la defensa del rito
tradicional de la Misa católica, atacó los fundamentos mismos de la
demostración de la racionabilidad de la Fe y la Revelación tras la muerte del
último de los apóstoles, para cual no dudo en intentar negar la misma
certidumbre de la Revelación. Ay, ay, aduladores, no, no
somos thucistas, sino sólo católicos ¿y ustedes? Aparentan ser
católicos, pero no, en realidad son lefebvrianos.
(Extraído do blogue Católicos Alerta)