Hay que recordar que la doctrina, el
culto y la disciplina de la Iglesia son como los distintos órganos de un mismo
cuerpo, y que se prestan una ayuda mutua bajo la acción del Sumo Pontífice y
del colegio episcopal. Así como en el cuerpo humano la sangre, los músculos,
los huesos y los nervios ejercen funciones que se suponen recíprocamente y se
completan, de modo que la sangre no podría formarse ni circular sin el concurso
de los músculos, nervios y huesos, y que los músculos, nervios y huesos
decaerían bien rápidamente si la sangre dejara de alimentarlos; así en el
cuerpo místico de Jesucristo la doctrina y la fe se guardan gracias a la moral,
a la disciplina y al culto, sin los cuales las enseñanzas reveladas dejarían
rápidamente de predicarse, creerse y respetarse, y recíprocamente la moral, la
disciplina y el culto tienen por primera regla doctrina revelada. Por eso
ninguno de estos organismos puede sufrir sin que sufran la repercusión todos
los demás, y para salvaguardar la infalibilidad del magisterio apostólico hace
falta que la asistencia del Espíritu Santo se extienda a la legislación
eclesiástica. En consecuencia, la doctrina cristiana se manifiesta por la
disciplina y la liturgia, al mismo tiempo que por las enseñanzas expresas de la
Iglesia. Es seguramente debido a la estrecha conexión de todos estos organismos
que dan nacimiento a las distintas atribuciones de la autoridad eclesiástica,
que Jesucristo no dividió estas atribuciones entre los jefes de su Iglesia,
como se comparten hoy las atribuciones del poder civil entre varias personas
unas de las cuales tienen el poder legislativo y las otras el judicial o
administrativo. Él dio todas las funciones de la autoridad eclesiástica a todos
los miembros del cuerpo episcopal. El Sumo Pontífice y los obispos son a la vez
sacerdotes, doctores, legisladores y jueces, y sus actos de sacerdotes,
legisladores y jueces nos manifiestan la doctrina que debemos creer, menos
explícitamente quizá, pero no menos realmente que aquellos en los que cumplen
principalmente su ministerio de doctores.
(Excerto do "El Magisterio
Ordinario de la Iglesia y sus Órganos" – Padre J. M. A. Vacant – 1852-1901)